Seguramente habrá muchos fans de Dream Theater que elegirían otro título como el mejor que ha grabado una banda que lleva 30 años liderando el rock progresivo. Si además nos centramos exclusivamente en la figura de John Petrucci, el consenso es imposible. Image and Words, su segundo álbum, grabado en 1992, sí es el primero con un sello relativamente importante –una filial de Atlantic-, sirvió de estreno para James LaBrie y la MTV se encargó de que se vendiera mejor de lo que su propia discográfica esperaba. Y sobre todo es un gran disco, un revulsivo para un género que necesitaba sangre para reinventarse. Por eso es mejor rehuir debates tan absurdos como el de si su genial guitarrista es el nº1 o el nº2 del ranking. Sus admiradores no tienen ninguna duda al respecto.  

Lo que sí se puede discutir es a quién benefició de verdad el crimen, si al rock progresivo/sinfónico o al heavy de alta potencia de Metallica. La perspectiva de tres décadas permite afirmar que a ambos por igual. Dream Theater han demostrado con los hechos que se pueden componer complejas suites sin dejar de dar caña al personal y, al mismo tiempo, que también se puede hacer música seria en clave de thrash metal. Su influencia ha sido fundamental en la aparición de nuevos grupos en ambos géneros.
 

Pull me under
, su primer gran éxito, arranca Images and Words con la fuerza de una locomotora tirando de un tren de mercancías… al que sí le funcionan los frenos mientras recorre su sinuoso trayecto de más de 8 minutos, una duración digamos estándar en Dream Theater. En Metropolis, en la mitad del viaje, una maquinaria bien engrasada parece volar al ritmo del doble bombo del fogonero Mike Portnoy. Subidos a su estela, sus compañeros inventan algo que parece jazz-metal. Es otro de los grandes temas indispensables en el repertorio básico de la banda.
 

John Petrucci
aún no era el dios vivo de las seis cuerdas que es hoy, maestro de maestros para respetar el tópico. Tampoco el resto de la banda, aunque todos ellos destacaran con sus respectivos instrumentos a la espera de una consagración que llegaría pronto. Es una historia sobradamente conocida a la que ha contribuido especialmente su dominio del directo, la perfección a golpe de martillo pilón, melodías pegadizas y solos apabullantes, más una honestidad absoluta a la hora de interpretar su música. No son de los que se ocultan tras la tecnología.
 

Una honestidad que quizá sea la causa de los vaivenes de su carrera al sacrificar la fama antes que sus inquietudes creativas. O sus ganas de disfrutar. Sólo ellos son capaces de montar una actuación sorpresa la víspera de un concierto (Barcelona) y tocar el Master of Puppets –o The Number of the Beast- desde el primer al último acorde del disco sin que se les caigan los anillos ni llevarse un euro. Otro bootleg para su leyenda y su inmensa discografía paralela de actuaciones en vivo que ellos mismos alimentan constantemente. ¿Se imaginan a Iron Maiden…? 



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