Eddie Van Halen y los impresionistas

por Alberto D. Prieto

Igual que los impresionistas, llegaron los heavys. Tomando lo accesorio por la base e inventando un lenguaje nuevo. Sabían que se adentraban en territorios ignotos. Heavys e impresionistas lo sabían. Y que serían tachados de raros, de vueltos del revés, de ruidosos. La mancha como principio de todo, el ritmo endiablado, el ambiente más que la línea formal, la distorsión del instrumento... ¿Cómo pintar una erupción? ¿Cómo suena el fuego? ¿Quién dijo que les importara que los llegaran a entender? Bastaba con que los siguieran.  

A Eddie Van Halen (1957) desde pequeño se le quedaron viejos los grandes que empezaron esto. Su generación se destetó del blues antes de conocer a fondo el rock'n'roll o el swing, y cuando le tocó coger el testigo, venía con la vuelta y revuelta de todo aquello, porque lo que se da por supuesto es desechable, y más si estás preparado para elaborar pócimas alternativas y tus colegas quieren un nuevo veneno.
Así, que el día que pilló una Gibson y empezó a investigarla entendió en ella cosas que los demás nunca habían siquiera sospechado, supo que podía crear atmósferas a pinceladas. Al rasgado y al punteo, el joven holandés añadió el pulsado, imaginando las teclas del piano que papá le enseñó a tocar cuando niño, combinadas en una nueva fórmula. Y de este modo y sin pretenderlo, logró pintar el disco de heavy rock más importante de la historia. Con ese título premiaron las críticas especializadas de 1978 el elepé 'Van Halen', cuyo destilado concentraba el apellido de los hermanos líderes, el nombre del grupo, el del disco y el remedio para las ansias de 10 millones de enajenados, que bajaron a la calle a gastar unos dólares en la obra de esos nuevos peludos de los que todo el mundo hablaba.  

Y sin saberlo, las cuerdas de la MusicMan de Eddie y las baquetas de Alex Van Halen, interpretadas a la garganta de David Lee Roth, y con la paleta de colores que manejaba Michael Anthony al bajo, en ese inicio del fin de siglo los chicos se pusieron al frente de la vanguardia.
Van Halen habían tomado lo accesorio, el detalle que sugerían los grandes de décadas anteriores y lo había convertido en su motivo para crear una revolución, la banda sonora de los chicos que ya no eran de posguerra, a los que Elvis les parecía un gordo de siempre y los Queen, un remedo edulcorado de la verdad.  

Así, en los primeros trabajos del combo nacido en Los Ángeles, uno puede apreciar el ambiente que crea una voz potente y desgarrada sumada a una guitarra desgarrada y potente. Eso que ponía la guinda sonora a las composiciones conceptuales de los Who, o a las investigaciones en forma de vinilo de los Zeppelin, lo convertía la banda de Eddie Van Halen y su hermano Alex en el principio de todo. Y a base de esos brochazos cosecharon millones en ventas y en miradas al bies.
Porque ¿no era ya suficiente el ruido? ¿Para qué más? ¿Y por qué así? ¿Qué necesidad había de que el ritmo endiablado fuera el punto de partida, y no el clímax de algo? ¿Quién podía soportar eso? ¿Adónde íbamos a parar? Nunca. Parar, nunca. Quedó claro muy pronto.  

Eddie Van Halen
nació holandés (Njimegen, 1957), como aquel puntal en el movimiento pictórico vanguardista, Vincent Van Gogh (Zundert, 1853). Y tan lejos del París foco de la revolución artística de finales del XIX como Los Ángeles, California, era que se iniciaba a finales de los 70 de un siglo después un nuevo movimiento, casual como el anterior, pero causal también, consecuencia del genio de sus chóferes al pescante y de la necesidad de un nuevo camino expresivo. En 1978 se publicaba 'Van Halen' y entre sus cortes destacaban un himno, el 'Ain't Talking 'Bout Love', y un ejercicio de locura que bien podría haber salido mal: 'Eruption' fue una instrumental que trataba de pintar tragedias con sonidos. Y, al contrario de lo que la razón indica, lo lograba.
 

Ese corte, concebido como un ejercicio de calentamiento dactilar, se convirtió como tantos estudios pictóricos años atrás, en un hito iniciático. Fue la consagración de una Stratocaster tuneada por el propio Eddie, la 'Frankenstrat', y de la prestidigitante técnica del autor. Un ampli Marshall de válvulas y medio tono de flojera en las cuerdas hicieron el resto.
El talento creativo del productor, Ted Templeman, se coló con acierto en uno de los cortes menos en la 'onda van halen' del álbum, pero fue la irreverencia de la cover que incluía el disco al 'You Really got me' de los Kinks, esa reinterpretacion de los clásicos y adulteración de las fuentes primigenias, lo que terminó de ponerlos en la 'onda mundial' y, sobre todo, en las listas de Billboard.  

Los ejercicios de prodigio dieron paso al año siguiente a la guitarra desenchufada, en 'Spanish Fly'. A lomos de una Ovation con cuerdas de nylon, Eddie mostraba un virtuosismo equivalente al ya conocido con la eléctrica generando un zumbido delicatessen que coronaba el segundo álbum del grupo. Un trabajo que, como aquellos pintores más interesados en el proceso creativo que en el resultado mismo, tampoco tuvo título. De esa moda setentera (ya la habían practicado los propios Led Zeppelin o Queen) se bajaron tras este 'Van Halen II'. De hecho, en adelante, la banda empezó a sufrir el choque de los egos del líder vocal y el espiritual, a quien el podio divino le había colmado el depósito de gloria y rebosaba ganas de seguir experimentando.
 

Pequeños baches de ventas y un disco de versiones como perfecta excusa para adentrarse en nuevos géneros (algo de funk, una incursión en la big band, sintetizadores poperos...) no redujeron la potencia del grupo en vivo, donde eran imbatibles, pero sí le abrieron la puerta a Eddie a una colaboración con Michael Jackson tachada de 'traidora' por los fanáticos de ambos.
Eso y la industrialización definitiva del negocio musical a través de la televisión en los 80 terminó de romper la simbiosis con David Lee Roth y la banda cambio de solista dando entrada a Sammy Hagar, una voz mas primaria y una imagen menos especializada en grupies. Que la banda sobreviviera al trauma de cambiar de voz solista, que el producto remontara incluso pese a que esa nueva voz llevó a la producción de discos mucho más estandarizados en el sonido del rock ochentero, son muestra de que la esencia de Van Halen fue siempre el puntillismo a la guitarra de Eddie. Y que a inicios de los 90, por primera vez en década y media, hiciera falta acudir al 'dopaje' de un disco en directo y otro de grandes éxitos fue muestra de que la fórmula se agotaba. Vinieron los tumbos con Gary Cherone, de Extreme, al micrófono; las sesiones de desintoxicación adictiva; algunos otros problemas médicos de Eddie, y el derrumbe del negocio del heavy. También las vanguardias, a pesar de su nombre, se quedaron atrás en algún momento. Aunque eso sólo ocurrió cuando la sociedad por fin había llegado al punto requerido, allí donde esos artistas la querían llevar desde años atrás.  

Y es que nadie había tocado así nunca la Fender, nadie había pensado en aprovechar el mástil a dos manos como Eddie Van Halen, ninguno antes creyó que de una Peavey, por ahí, se podían sacar más que trazos; y sin embargo, a Eddie le pillaron las musas con la Frankenstrat colgada al hombro y, como un siglo atrás en el París de las putas bailarinas y los artistas puteros otros supieron trasladar el atardecer, el frío y el hastío a pinceladas, él fue quien tradujo la fuerza telúrica en música. Eso luego lo bautizaron como 'Eruption' y su técnica a la cuerda pulsada, como tapping. Pero bien lo podrían haber llamado la obra inaugural del nuevo impresionismo.
 

Legiones de seguidores pagan entradas a sus museos y conciertos.

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