Un día a la vez

Por Alan Marsico

" Joe Walsh nació para tocar y encantar a sus serpientes "

La tarde del 20 de julio de 1969 todo el mundo estaba mirando al cielo: Neil Armstrong daba los primeros pasos del ser humano en la Luna. Un día memorable. Un día histórico (que no volverá a suceder). Todo el mundo estaba con los ojos pegados al televisor, las oídos abiertos para escuchar la radio... los más románticos tenían su nariz apuntando al firmamento, como si desde 'aquí' pudieran percibir algo. Todo el mundo estaba pendiente del 'pequeño paso para el hombre y el gran paso para la humanidad'. Todo el mundo... o casi. En realidad, hubo 2.574 personas que no lo hicieron, habían pagado 5 dólares para ver otro tipo de evento (sold-out, por supuesto). Pero no se trataba de un satélite sino de jóvenes estrellas.  

Estamos en el Musicarnival de Warrensville Heights, Ohio, en el norte de Estados Unidos, a algo más que 1.000 millas de distancia del sureño Cabo Cañaveral, Florida, desde donde cuatro días antes había despegado el Apollo 11. Los británicos Jimmy, John, John Paul y Robert, con su primer LP en la calle desde hace unos meses y otro a punto de ser grabado, suben al escenario...'Ladies & gentlemen, Led Zeppelin'. Jimmy Page y compañía están listos para mostrarse a un público que ya los recibe entregado. Los asistentes han sido calentados por los teloneros contratados para la ocasión, una banda local de nombre James Gang, liderada por un joven Joe Walsh (cumplirá 22 años exactamente cuatro meses después, el 20 de noviembre) a la voz y la guitarra, y acompañado por Jim Fox a la batería y Tom Kriss al bajo. El tal Walsh está viviendo un gran momento: su nuevo grupo acaba de sacar el primer LP (Yer' Album, donde encontramos piezas como Funk #48, I Don’t Have The Time) y está a punto de meterse en la sala de grabación para el segundo (James Gang Rides Again, con las canciones Funk #49, The Bomber o Woman). Los resultados de venta están siendo buenos, la aceptación por parte del público durante los conciertos es grandiosa, su mano izquierda se desliza por el mástil de su Gibson Les Paul con una soltura que lo acompañará durante muchos años. Su creatividad a la hora de componer es volcánica. No importa que su voz sea 'diferente' (ni buena ni mala, como él mismo dice): su guitarra llegará allí donde sus cuerdas vocales no alcancen.
 

Ese 1969 será un buen año: la James Gang abre para Led Zeppelin y el 26 de octubre del mismo año, en Pittsburgh, Pennsylvania, lo hará para The Who en su primera gira norteamericana para promocionar Tommy, el cuarto álbum de estudio de los británicos. La banda enamora a Pete Townshend a tal punto que la querrá para abrir también las noches del tour en Europa.
 

Joe Walsh
siempre ha caído bien. Es un tipo normal, un 'ordinary average guy', un artista analógico. Y su sonido... lo que él emite son los años 70. Un sonido que convence a la crítica por un lado y a los guitarristas más grandes de la época por otro (se gana la estima de Page y Townshend, está claro, pero también de artistas como Eric Clapton, que años después dirá de él que es uno de los mejores guitarristas de la escena desde hace mucho tiempo: "No suelo escuchar muchos discos, pero los suyos, sí").
 

El sonido de Joe tiene algo especial, es evidente, como si consiguiera transmitir parte de la magia de sus dedos al instrumento mismo, hasta encerrarla allí para siempre. Como si de vudú se tratara, el rock de Joe Walsh queda impregnado en esas maderas. Quizás no sea casualidad que una de sus Gibson Les Paul (año de fabricación 1959, parece ser) acabará siendo la famosa #1 de Jimmy Page, adquirida por éste a mediados de abril de 1969 por 1.200 dólares. Y tampoco que el sonido de The Who en la época 'post-Tommy', en Who's Next (1971) y en Quadrophenia (1973), saliera de una Gretsch 6120 'Chet Atkins' Hollow Body del '59 que el mismo Walsh regaló a Pete Townshend junto con un ampli '59 Fender 3x10 Bandmaster en 1970.
 

Amigo fraterno de John Belushi, amante y compañero de la reina de Fleetwood Mac, Stevie Nicks (quien lo recuerda como "el gran amor de su vida"), Joe Walsh es hombre de excesos que, pasados los años, ha sobrevivido a la vida escalando montañas de droga, navegando por ríos de alcohol y despachando filas interminables de groupies y prostitutas. Y a la muerte: la de la pequeña Emma, su hija de 3 años, en un accidente de coche provocado por un conductor ebrio en 1974, cuando el vehículo donde iba la niña con su madre (pronto ex mujer de Walsh) fue embestido de lleno. 
 

Joe Walsh es el genio cómico de canciones como Life's Been Good de 1978 y de I.L.B.T.’s
(I Like Big Tits, de la que él mismo dijo que escribió ‘como una canción de amor, pero algo se torció en el proceso’) de 1983. Aunque no tenga la edad mínima necesaria para ejercer de presidente, se postula como candidato independiente a las elecciones de los Estados Unidos en 1980 (elecciones ganadas finalmente por el mal actor Ronald Reagan no obstante la inmejorable promesa del buen músico de 'gasolina gratis para todos'). Walsh es el primer guitarrista que da literalmente voz a su guitarra a través del Talkbox en su clásico del '73, Rocky Mountain Way.
 

Su versatilidad con la seis cuerdas pasa por la acústica límpida de algunos de sus trabajos (en especial en la etapa Barnstorm 1972/1973, posterior a James Gang y en algunas piezas 'peligrosamente' cercanas a un estilo cantautor tipo James Taylor) al viento rockero que electrificó a los Eagles a partir de la segunda mitad de los 70.
 

Joe
era amigo de las Águilas desde hace tiempo. Habían compartido escenario unas cuantas veces, años antes del 20 de diciembre de 1975, día en el que Irving Azoff, manager de ambos, anunció la nueva incorporación del guitarrista rock al grupo, en sustitución de Bernie Leadon. ¡Menudo regalo de Navidad!
 

La colosal e incontrolable personalidad de Walsh encajaba más bien poco en el esquema de aburrida y calculada precisión y perfección ejecutiva de los pájaros country/rock de la famosa Take it Easy. Después de unos inevitables desencuentros, Walsh supo aprender su parte y ejecutar en el escenario las órdenes de Don Henley y Glenn Frey, líderes de los Eagles, reservando las locuras de su espontánea y exhilarante esquizofrenia para los momentos de ‘relax’. Ser parte de ese grupo (que llegó a su ápice con el LP Hotel California en el diciembre de 1976 antes de implosionar sólo cuatro años más tarde, durante la gira de The Long Run) le convenía. El resto es historia: las águilas se fueron volando cada una por su lado, Joe siguió con su carrera en solitario hasta volver todos (o casi) al nido común primero en 1994 y luego ya en estos años del siglo XXI.
 

No importa qué guitarra esté colgando de su hombro, si una Gibson o una Fender, una Gretsch, una Carvin o una Duesenberg. Lo único que siempre le ha importado es enchufarla a un ampli y tocar: con slide, sin él, con un tubo metido en la boca. Da igual si está tocando el Bolero de Ravel en el medio de su interminable The Bomber o el mejor diálogo entre guitarras solistas de la historia del Rock (el de Hotel California de y con Don Felder): Joe Walsh nació para tocar y encantar a sus serpientes.
 

Con la madurez, Walsh superó los años oscuros, las adicciones, los excesos. En ese sentido, ya no es el de antes. Ni viste como antes: ya no gasta esas camisas y pantalones de colores llamativos (de dudoso gusto), las botas camperas y setenteras, los gorros de aviador, han dado paso a un look serio y trajeado de man in black. En noviembre de 2008 volvió a casarse, por quinta vez (ahora es concuñado de la cucaracha Ringo Starr). Su mujer, Marjorie Bach, es quien empujó al guitarrista, que ya suma 66 primaveras, para que volviera a encerrarse en un estudio de grabación para otro trabajo en solitario después de 20 años.
 

Pero lo que más cuenta en la historia de este héroe es que en su último trabajo (Analog Man, 2012) encontramos puentes con el pasado, como Funk #50, o Lucky That Way, hermana menor de Life’s Been Good, que nos llevan otra vez a respirar el espíritu de ese magnífico guitarrista de los 70, de un hombre con una simpatía extraordinaria que siempre encontrará la manera de regalar una sonrisa desde el escenario a un público fiel que esperará pacientemente (como si de otra hazaña cósmica se tratara, como ese paseo lunar de 1969) a que llegue un Funk #51, un #52 y un #53...

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